Por Daniel Alonso Viña
Draghi tiene en sus manos el futuro de Italia, y no tiene ni un minuto que perder. Le quedan menos de dos años para marcar las líneas maestras de transformación del país, y por eso limita al máximo posible sus viajes al exterior.
Sin embargo, la semana pasada estuvo en Barcelona para recibir el premio del Cercle d’Economia a la Construcción Europea, principalmente en repuesta por la labor realizada al frente del Banco Central Europeo entre 2011 y 2019. Los expertos han mirado atrás, con la perspectiva que sólo proporciona el tiempo, y han decidido que su mítica frase “haremos lo que sea necesario para salvar el euro; y créanme, será suficiente”, supuso el fin de la caída y el comienzo de la recuperación económica en el continente.
Corría el año 2012 cuando a la crisis económica se le unió una gran incertidumbre y falta de liderazgo en el seno de la Unión Europea; en ese momento, la respuesta del mercado fue apostar por la caída del sistema de mercado único y de la moneda común, el euro.
En medio de esta espiral de sucesos negativos, el papel de Draghi fue vital: pronunció las palabras correctas en el momento preciso y con la entonación adecuada. Cualquier otra persona no hubiera podido expresarse con la convicción interna que transmitía el presidente del BCE con su mirada y con cada uno de sus movimientos. Pareciese como si toda su vida anterior hubiera sido una preparación para ese momento en el que su profunda compresión de los mecanismos económicos y la sobriedad ineludible de su carácter le granjearon un lugar en la historia. Rompió todas las normas vigentes hasta la época sobre lo que se podía o no se podía hacer en economía y se transformó en oráculo, en rey de reyes, en padre providencial de una Europa que todavía tenía por delante grandes retos que afrontar.
En perfecta consonancia con su forma de actuar, al terminar su mandato en la institución europea, se fue a casa y desapareció de la vida pública con la misma actitud sobria y pacífica con la que entró. Ahora ha vuelto, está vez como político, y su intención es cambiar Italia y llevar Europa a sus espaldas.
Su llegada al poder fue un tanto inusual. El nuevo presidente de Italia no ha sido elegido por la gente, sino por el antiguo presidente, que perdió los apoyos que le permitían gobernar y se negaba a convocar unas nuevas elecciones en un momento tan crucial para el país. Draghi se ha puesto al frente de un Consejo de Ministros eminentemente integrado por gente de carácter técnico compuesto de jueces, economistas e ingenieros con el enorme reto de planear la resurrección italiana (iba a decir renacimiento, pero tal y como están las cosas me parecía poco decir), con el apoyo de los 209.000 millones de euros del fondo Next Generation. En el uso que se haga de este dinero está el futuro de Italia y la reputación de Mario Draghi.
Nada más comenzar su mandato renunció al sueldo de 110.000 euros brutos anuales que le correspondían por ostentar el cargo de primer ministro. Lo hizo sin aspavientos ni comentarios, a través de una publicación en el portal de Transparencia italiano de un documento en el que “declara que no percibe ninguna compensación de cualquier naturaleza” relacionada con su cargo. Con esa entrada magistral en el mundo de la política consiguió acallar las voces críticas que se quejaban del coste de todo aquello, provenientes principalmente del partido Movimiento 5 Estrellas, que ya había conseguido pasar una ley en la que se contempla la disminución del número de diputados en el parlamento para reducir gastos.
En el discurso previo a la entrega del premio en el Cercle d’Economia, el presidente español Pedro Sánchez mostró su admiración por el italiano y añadió, a modo de confidencia que, en las reuniones del Consejo Europeo, “cuando el presidente Draghi habla, todos callamos y atendemos”. El trono europeo está vacío: Merkel está fuera del panorama político, Macron debe mirar hacia dentro con vistas a las elecciones del próximo año, y Von der Leyen ha quedado atrapada como una mosca en la red venenosa de la política del protocolo y las formas, desilusionando a una comunidad europea que quería ver en ella a la nueva Merkel. Así, Draghi se perfila como el más visionario y pragmático de todos los que se sientan en la mesa del Consejo. “Haré lo máximo posible en el menor tiempo posible”, ese es su mantra. Dicho por él, suena diferente, casi real.
Publicado en París a Juicio/LawyerPress
el 5 de julio de 2021.