(Reuters, Benoit Tessier, en París, lo miembros de GI)

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“Greenpeace de derechas”, así se describe a sí mismo el grupo de la derecha radical francesa llamado Génération Identitaire, con esas dos tildes en “Génération” que no indican la acentuación, sino que la “e” debe pronunciarse como una “e” abierta, parecida a la que tenemos en español.

Se trata de una organización liderada por jóvenes que trata de una forma extraña de apelar a la juventud blanca del país. No participan en política, donde ya tienen al Frente Nacional de Marine Le Pen, del que provienen muchos de sus miembros y dirigentes. Génération Identitaire es, por así decirlo, el brazo dramático del Frente Nacional.

En el pasado, una característica congénita a estos grupos era la violencia, expresada a través de actos execrables contra aquellas personas que consideraban no dignas de vivir en el país, aunque fuesen personas nacidas en Francia y franceses hasta la médula. Ahora, sin embargo, han cambiado su método. Ya no cometen actos violentos directos contra otras razas, sino que se dedican, como bien lo expresa el título, a realizar actos espectaculares, al igual que la organización medioambiental Greenpeace, o como dicen ellos: “acciones de choque para sensibilizar a la opinión pública y lograr que nuestras ideas entren en el debate público”. En palabras del historiador Nicolas Lebourg, el objetivo es “asustar al adversario, no a nuestras abuelitas”. Es realmente entrañable que tengan como norma el no asustar a sus abuelitas. Esto, evidentemente, es un decir, ya que no les asustan ni a ellas ni a nadie más.

Supongo que ya se estarán preguntando por cuáles son algunas de estas acciones. El grupo comenzó en el 2012 y, para la inauguración, se acercaron hasta la mezquita de la ciudad de Poitiers, en el centro de Francia. Sin pedir permiso, asaltaron el lugar y de lo alto del edificio colgaron una pancarta que decía “Galo, despierta, ninguna mezquita en casa”. Ese es su estilo. En el verano de 2017 hicieron una recaudación de fondos para alquilar un barco en las costas del mediterráneo. El objetivo era utilizar el barco para disuadir a las pateras de inmigrantes que llegan a Europa por mar. El efecto real que tuvieron fue irrisorio, pero a quién no le gusta escuchar esto en las noticias, aunque sólo sea para sonreír ante la chiquillada de estos creyentes. El impacto mediático fue también considerable, y confirmó sus sospechas de que podrían obtener muchos más adeptos dejando el lenguaje y el aspecto radical a un lado, y enmascarando el odio con palabras bonitas, intelectualismo y actos indelebles.

Esta organización es de gran actualidad en Francia. El 19 de enero de 2020, un grupo de militantes de Génération Identitaire llevó a cabo una operación de bloqueo en torno al Col de Portillon, en la frontera entre Francia y España. Allí se reunió un grupo pintoresco de voluntarios que, como quién va a plantar árboles al campo un fin de semana, se reunieron en medio de la montaña con el objetivo de apoyar a las fuerzas del orden para evitar que los inmigrantes cruzasen la frontera. Había gente de todas las edades, hombres y mujeres de raza blanca entusiasmados por ayudar a la policía en sus labores de rastreo, aunque nadie le comunicó dicha intención a estos últimos. El mayor efecto que pudieron llegar a tener fue el de conseguir distraer a las fuerzas del orden, con lo que quizás algún inmigrante avispado consiguiera cruzar la frontera aquel día.

Las acciones causaron el profundo rechazo de la población francesa, así como la crítica del ministro del interior, Gérald Darmanin, que ha mandado una carta a la organización en la que esgrime las razones por las que van a intentar desintegrar el grupo. La dirigente de Génération Identitaire respondió a las acusaciones en un elocuente vídeo en YouTube y el 21 de febrero, para hacer efectivo su rechazo y continuar con el drama, se manifestaron en París para protestar por lo que ellos consideran “censura” y “discriminación anti-blancos”.

Esta es la nueva táctica de la extrema derecha desde hace tiempo (calcada, no hace falta decirlo, de la izquierda): hacerse la víctima. El espectáculo mediático y el victimismo están demostrando ser fórmulas efectivas para esta organización, y el conflicto está lejos de desaparecer. La derecha radical ha llegado a Europa para quedarse. Sus objetivos escapan a la razón y sus reclamaciones son del todo ilusorias, sin embargo, sus ideas no sólo prosperan, sino que evolucionan, se modernizan y consiguen atraer a un grupo creciente de la población que se siente incomprendida y víctima gravemente perjudicada por las políticas multiculturales de los gobiernos actuales. Ellos no quieren integración, quieren que la gente que no se parece a ellos y no tiene sus mismas costumbres se vaya, porque sí, como un niño caprichoso que monta una rabieta en mitad del parque porque quería chocolate en vez de paté en el bocadillo que con mucho amor le ha preparado su cuidadora.

¿La solución? no sabría por dónde empezar, porque no la tengo. La derecha radical europea se vuelve menos radical por momentos, al menos en sus formas, que no así en la rabia y saña de sus seguidores, que piden guerra a unos dirigentes que tratan con todos sus esfuerzos de enmascarar su odio ilegal hacia las personas diferentes a ellos. La historia es caprichosa y alguien dijo alguna vez que conocerla no sirve para nada, que cada generación debe experimentar y cometer sus errores y aprender de ellos, pero que no se puede ni se podrá nunca aprender de los errores que han cometido los otros. Espero, sinceramente, que esto no sea verdad, y que en nuestros genes haya quedado grabado algún rastro de aquel horror que asoló el siglo XX y cuyo hedor todavía ensombra nuestro tiempo.

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Daniel Alonso Viña
Publicado en París a juicio/ LawyerPress el 1 marzo 2021