(El presidente chino, Xi Jinping, visita un bosque en Mongolia en julio de 2019. Foto de Xie Huanchi.)
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Introducción
La China verde y ecológica se ha convertido en un sueño tanto para los de dentro como para los de fuera de este enigmático país. Sin una revolución verde en la economía más grande del mundo, lo que hagamos el resto tiene poca importancia. De momento, Xi Jinping ha marcado las pautas y parece querer liderar esa revolución no sólo para quedar bien, sino para dar un país menos contaminado a sus ciudadanos y poder absorber así los resultados de la economía ecológica y digital. Sin embargo, sus palabras caen en saco roto tras la pandemia, y pese al convencimiento del líder supremo de China, en las provincias y en los altos cargos los mandatarios se rebelan. Dicen que el camino hacia la China ecológica pasa por centrarse exclusivamente en el crecimiento económico, sin preocuparse por la contaminación y demás problemas, que ellos consideran superfluos o propagandísticos en el corto plazo. En el resultado de esta difícil batalla está el futuro de China, y muy probablemente también, el futuro del mundo. En este artículo me dedico a indagar en las idas y venidas de este asunto fascinante.
El pasado del país y las nuevas vías de cambio
Como en la mayoría de ocasiones, China sólo enfrenta con voluntad de hierro y toda su potencia gubernamental aquellos problemas que, a través de su resolución, apagarán múltiples fuegos al mismo tiempo y servirán múltiples propósitos. En esa línea, la Belt and Road Initiative sirve para exportar trabajadores y empresas, acelerar y controlar la transformación del siguiente productor mundial (África) y dar comienzo, bajo el halo del multilateralismo, a la expansión de China fuera de sus fronteras. De la misma forma, la lucha contra el cambio climático cumple simultáneamente una serie compleja de objetivos, lo que la hace recibir gran atención de las más altas esferas del poder. Y es que este cambio de actitud no tiene sólo motivaciones geopolíticas, sino también económicas y de política interna, centradas en el desarrollo de una economía verde y de calidad, que genere un desarrollo económico anclado en los principios de la nueva economía digital y ecológica.
Hace casi una década, en 2014, la estampa de una China cuya única obsesión era el crecimiento económico era esta: miles de cerdos flotando por el río que suple con sus aguas la ciudad de Shangai, venidos de granjas que se negaban a pagar para que otros se los llevasen; 97,72 puntos de contaminación en Pekín, con un aire tan irrespirable algunos días de invierno que la gente debía ponerse mascarilla para salir a la calle; y ciudades industriales donde los índices de cáncer son tan altos que se conocían como “pueblos del cáncer”.
Ese año, sin embargo, fue el último de este fatídico cuadro, debido a varias razones. Lo primero y lo más evidente, porque la imagen de China había pasado de ser un territorio misterioso lleno de arrozales y granjeros viejos de piel joven, a la “fábrica del mundo” con productos de baja calidad, contaminación y bajos salarios. En segundo lugar, porque las ciudades, repletas de población cada vez más exigente, expresaban sin cesar demandas de transformación. Conscientes del futuro y de la necesidad de cambio, los burócratas pusieron en marcha reformas para detener una escalada de contaminación que ya no estaba relacionada tanto con el crecimiento económico, sino más bien con que las autoridades prestaban escasa atención a todos esos problemas. Este cambio de actitud se vio reflejado en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebró en Nueva York en 2014, en la que el viceprimer ministro Zhang Gaoli aseguró que el país tomaría medidas firmes contra el cambio climático y para reducir la intensidad del carbono tan pronto como fuese posible.
En estos últimos años, las cosas han cambiado mucho. En Pekín, la contaminación del aire cayó en 2019 hasta los 42,6 puntos; en Shanghai ya hace tiempo que no flotan cerdos por su río y el agua que sale de sus grifos es potable; además, ya no se habla de “pueblos del cáncer”. Para abordar estos desafíos, el Gobierno de China ha declarado la “guerra contra la contaminación” y ha presentado una serie de iniciativas ecológicas que se han ido desarrollando a lo largo de los años:
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\- Desmantelar las centrales eléctricas de carbón, sobre todo las más cercanas a las ciudades, que en invierno se ponían en pleno funcionamiento y generaban nubes de contaminación muy perjudiciales para la población.
- La creación de las Zonas de Desarrollo Sostenible en las ciudades motores de la innovación en el país como Shenzhen, Guilin o Taiyuan.
- El apoyo a las empresas tecnológicas, que se erigen como impulsores ecológicos, con inversiones en innovación y aplicaciones para acelerar el desarrollo sostenible. La empresa Ant Financial, subsidiaria bancaria de Alibaba, es socia de Green Digital Finance Alliance, cuyo objetivo es promover las finanzas ecológicas, proporcionando fondos a empresas y proyectos ecológicos y de protección del medio ambiente, como ya sucede con otros fondos de inversiones en el resto del mundo.
- El surgimiento de ciudades y barrios ecológicos. Uno de los primeros proyectos se llevó a cabo en Liuzhou, una ciudad de más de un millón de habitantes al sur del país asiático que quería convertirse en la primera urbe forestal del mundo, con 40.000 árboles y más de un millón de plantas, impulsado por las autoridades. “En 2012, China tenía 11 ciudades ecológicas. Cuatro años después, el país anunció que tenía 284” asegura Austin Williams, autor del libro Revolución Urbana de China, para un artículo de El Mundo.
- La existencia de objetivos claros y metas a cumplir. En septiembre de este año, en su intervención ante la Asamblea General de la ONU, Xi Jiping anunció que su país llegaría a la neutralidad de carbono para 2060 y que alcanzaría su pico de emisiones antes de 2030. Además, también prometió que para 2030 China triplicará su capacidad de energía eólica y solar para situarla en más de mil millones de kilovatios, aumentará el porcentaje de combustibles no fósiles en su cesta energética, reducirá sus emisiones por unidad de PIB más de un 65% respecto al nivel de 2005 y ampliará sus bosques. Para que quede clara la seriedad con la que China toma esta promesa, a finales de diciembre la Conferencia Central de Trabajo Económico, en la que se fijan las prioridades económicas anuales, incluía el compromiso de desarrollar “una iniciativa nacional a gran escala a favor del medioambiente” entre sus ocho objetivos prioritarios.
Una pizca de escepticismo
Ante lo que parece un cambio radical de actitud en el que China quiere establecerse como líder de la revolución ecológica que se avecina, los hechos y los datos nos invitan a ser algo más prudentes y no confiar a ciegas en declaraciones que no es fácil convertir en realidad.
El mensaje que quiere exportar China es claro: “Para hacer frente al cambio climático, nadie puede permanecer distante”, subrayó Xi en la cumbre virtual de diciembre para conmemorar los cinco años del Acuerdo de París. “El unilateralismo no nos llevará a ninguna parte”.
Sin embargo, en el interior las cosas no están tan claras. El carbón, que representa dos tercios del consumo energético de China, tiene gran parte de la culpa en el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. El país consume casi la mitad del carbón en el mundo. El gobierno prohibió la construcción de nuevas centrales eléctricas de carbón en 2016, con lo que empezó a disminuir el uso de este combustible. Sin embargo, la prohibición expiró en 2018 y nunca se renovó, lo que disparó la construcción de nuevas plantas.
El problema no acaba aquí. Tras la pandemia y el débil crecimiento de la economía China en 2020 (de un 2,3%), la necesidad de un nuevo crecimiento fuerte y sostenido genera discrepancias con respecto a la importancia que debe darse al cambio climático en un momento como este. Ahí descansa el conflicto para la próxima década en China: pese a la voluntad proclamada de reducir la contaminación y las emisiones, los líderes menores no pueden resistir el impulso de dejar todo eso a un lado para volver a lo de antes: crecimiento a cualquier precio para sostener la economía China. Además, esta visión adquiere cada vez más apoyo entre los altos mandatarios, sostenida por la idea de que un alto crecimiento económico conduce en última instancia a mejoras medioambientales. Justin Yifu Lin, un renombrado economista gubernamental, argumentó que el crecimiento económico no era el principal factor detrás del problema del smog (nube de contaminación sobre las grandes ciudades), y que China debería acelerar el crecimiento para resolver definitivamente su crisis ambiental. En septiembre de 2019, el primer ministro Li Keqiang reafirmó que el desafío económico debía ser el objetivo central.
Esto genera un efecto dominó que contamina la burocracia china con mensajes contradictorios, de los que resulta que cada uno acaba haciendo como le plazca, ante la falta de claridad y la ausencia de represalias. Según informa Yanzhong Huang en la revista TIME al albor de esta discusión, un dirigente provincial pidió recientemente a las industrias locales que "se esfuercen al máximo para compensar las pérdidas" sufridas por el brote, mientras que un secretario del partido de la ciudad de la provincia oriental de Jiangsu instó a los cuadros locales a "acelerar el crecimiento económico con pasión".
Así, los mensajes se cruzan, los objetivos se tergiversan y el resultado siempre es el mismo, el aumento de la contaminación y el retroceso a la primera de cambio de las medidas para frenar el cambio climático. Parecen no comprender que estos objetivos no son un capricho de occidente o una imposición de su líder que se puede ignorar porque sólo está para endulzar los oídos de Europa y Estados Unidos con bellos planes y objetivos a largo plazo. En China, la contaminación del aire causó 49.000 muertes en la primera mitad del año, sólo en Pekín y Shanghái. No se trata únicamente de crear una buena imagen exterior, sino de salvar vidas y en último término, de salvar al planeta (o lo que quede de él).
Conclusión
En conclusión, estamos en una carrera contrarreloj contra un enemigo invisible, y avanzamos a pasos lentos y torpes. Aun así, no se pueden olvidar los planes y objetivos propuestos por China para las próximas décadas, que han recibido el máximo apoyo del omnipotente líder del país, Xi Jinping. Además, Europa, Estados Unidos y China parecen haber entrado en una especie de competición para encabezar la revolución verde, sin olvidar que el que salga victorioso conseguirá acaparar buena parte de la economía y la tecnología del futuro. Aun así, este tipo de competencia no es desdeñable y genera cambios en los incentivos mundiales de empresas y particulares para mover la economía mundial hacia las energías renovables y el reciclaje. El mundo avanza, y parece que después de mucho tiempo avanza en la dirección correcta. Ahora sólo queda esperar y ver si llegaremos a tiempo.
Daniel Alonso Viña
Publicado el 14 de junio en Círculo de Análisis Euromediterráneo