Por Daniel Alonso Viña
El 9 de junio, tras un debate parlamentario que duró menos de tres días, se aprobó la ley que convirtió a El Salvador en el primer país de la historia en aceptar bitcoin como moneda de curso legal. Para el mundo de las criptomonedas, este hecho se ha convertido en una prueba más de que esta tecnología está destinada a cambiar el mundo. Sin embargo, muchos discrepan de esta interpretación tan esperanzadora de los hechos. Desde economistas y analistas financieros provenientes de los más grandes bancos y fondos de inversiones, hasta los salvadoreños de a pie encargados de liderar esta supuesta gran revolución; todos se muestran escépticos al supuesto gran impacto del bitcoin en el país.
Los economistas se quejan por razones obvias: según ellos, está ley de tres páginas escasas rezuma una supina ignorancia sobre los más básicos principios económicos. El impacto positivo que pueda tener —inclusión al sistema financiero de los más desfavorecidos, llegada de inversión extranjera, creación de riqueza, envío barato de remesas— es mucho más incierto que el impacto negativo que con seguridad tendrá sobre la economía salvadoreña —blanqueo de capitales, pérdida de las reservas en dólares, fluctuación del valor de la moneda, inseguridad jurídica, dificultad para obtener préstamos del Banco Mundial o el FMI.
Sin embargo, la táctica de marketing ha sido admirable desde todos los puntos de vista: Nayib Bukele, pese a su estilo populista y autoritario (o más bien, gracias a él), ha conseguido poner a un pequeño y pobre país de menos de siete millones de habitantes en el centro de la revolución tecnológica y el fanatismo descentralizador. Ahora bien, la ley que pretende ser el resorte de este cambio tiene 16 artículos muy escuetos, por lo que, a medio y largo plazo, las expectativas de cambio y de crecimiento económico son muy reducidas.
En el país, la gente corriente exhibe una prudencia y una comprensión de la realidad mayor que muchos inversores multimillonarios. En el cantón turístico de El Zonte, al suroeste del país, sus habitantes llevan utilizando esta tecnología desde hace tres años, cuando un grupo de promotores regaló a sus habitantes monedas virtuales para que las usaran en su día a día. El diario nacional El Faro, en un reportaje realizado por Carlos Martínez, refleja los distintos puntos de vista expresados por la gente de allí.
“Esa es la moneda del diablo”, dice la propietaria de un local frente a la playa que es al mismo tiempo bar, restaurante y tienda de suvenires. “Ponele que yo te vendo unas cervezas y resulta que el precio del bitcoin cae, ¿quién va a responder a eso? y si querés ir al cajero, te cobra por darte dólares; o resulta que no tiene. Eso no sirve para negocio, porque es como apostar con el dinero del negocio”. Más claro, agua. La señora piensa que no es plan de andar guardando los ahorros en una moneda que cambia constantemente, porque así es imposible saber los ahorros que se tiene y no se puede vivir tranquilo.
Manolo Palma piensa diferente, y por eso acepta bitcoins a cambio de los productos de su pequeño comercio. Admite que perdió dinero con la caída brusca de la moneda, pero no lo lamenta. “Mira ese freezer (congelador)”, dice orgulloso al periodista, “ese salió de pura ganancia”. Resulta que lo que perdió era sólo una parte de lo que había ganado desde que pasó sus finanzas a la famosa criptomoneda. Manolo cree que la decisión de Bukele puede marcar un buen repunte para el valor de los satoshis (bitcoins fraccionados) y tal vez sea un buen momento para tener bitcoins. Manolo es un inversor especulador, tiene bitcoins porque cree que su valor puede volver a subir. Sabe de las fluctuaciones de la moneda, pero tiene confianza plena en un futuro alcista.
Más real, imposible. Con la promesa de una nueva economía menos desigual y menos dependiente de los caprichos de los bancos centrales, parece que el mundo se adentra en una nueva etapa no exenta de incertidumbres. Si algo saben los economistas, es que la incertidumbre en algo tan básico como la moneda de curso legal no es algo favorable para el funcionamiento del país. Pero ahora no nos queda sino sentarnos y mirar mientras el mundo pone a prueba estás nuevas tecnologías que han prometido cambiar el mundo.
Daniel Alonso Viña
20.6.21