(Migrantes subsaharianos son detenidos por la policía francesa junto a la estación Hendaya antes de ser devueltos sin garantías al otro extremo del puente de Santiago. Fotografía de Javier Hernández.)

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La inmigración es un tema eterno y conflictivo, o eternamente conflictivo, que divide a la Unión Europea en dos bloques: los que conectan por mar con los países emisores y los que les acaban acogiendo. Los primeros son España, Italia y Grecia; los segundos son, en su mayor parte, Francia y Alemania.

Desde el sur, defienden que este es un problema europeo que debe ser resuelto conjuntamente y cuya responsabilidad debe ser compartida. Desde el norte, aceptan a regañadientes los acuerdos y luego los boicotean alegando que los inmigrantes deben quedarse en el país al que llegan y en el que piden asilo.

Este juego de evasión de responsabilidades, en el que algunos ya tienen el estatus de maestros, sirve para bien poco. Al fin y al cabo, hay seres humanos detrás de los números, y esas personas tienen motivaciones y objetivos concretos, a los que no van a renunciar tan fácilmente. La mayoría de inmigrantes que llegan a Europa no quieren quedarse en España, donde saben que no hay oportunidades de trabajo. Su objetivo es llegar hasta Francia o Alemania. Por tanto, la responsabilidad es compartida y las labores de acogida y control deberían ser coordinadas.

Sin embargo, Francia ha renunciado hace tiempo a esta visión global del problema. Aparentemente, con una buena razón: frenar los actos terroristas, que en varias ocasiones han sido cometidos por inmigrantes jóvenes recién llegados al país. El islamismo radical ha causado estragos en la psique francesa, dando alas a una extrema derecha que vuelve a presentarse como la posible ganadora de las elecciones. Su gran discurso gira en torno al control de la inmigración irregular, así como la defensa de las identidades locales que, según ellos, están siendo erosionadas por la proliferación de diversas etnias en los barrios de toda Francia. En fin, hay mucha gente que no aguanta el multiculturalismo, les hace sentirse amenazados y quieren que la gente que no hable y se comporte como ellos se marche del país. El número de personas que se siente así es alarmante, y el presidente, con la vista puesta en las elecciones, ha dado un paso hacia la derecha para intentar acercarse a ellos.

Sin embargo, el nuevo discurso de Macron no tiene ni pies ni cabeza, y las medidas resultantes de este razonamiento, tampoco. Impedir la inmigración intra-europea es ilegal, y no sólo eso, sino que es inútil. Primero, es ilegal porque incumple los acuerdos, empezando por el de libre circulación en el llamado espacio Schengen, y segundo, porque en 2019 el Tribunal Europeo ya dijo que no se podían hacer devoluciones en caliente alegando alerta antiterrorista.

Por no hablar de la xenofobia que rezuma todo esto, ya que se está frenando la entrada de inmigrantes porque se les considera, a todos, potenciales terroristas. Y esto lo está haciendo el gobierno de Emmanuel Macron, sin demasiadas voces en contra. Nadie se plantea que quizás, si los sistemas de acogida y de control y seguimiento de los inmigrantes estuviesen mejor coordinados, y si los inmigrantes, como resultado, recibiesen verdadera asistencia para instalarse en el país, entonces, quizás no surgirían esos tres o cuatro terroristas entre los miles de inmigrantes que llegan a Europa anualmente.

Y segundo, es inútil porque, a mi parecer, intentar frenar la llegada de inmigrantes a Francia desde España es como intentar frenar un tsunami con las palmas de las manos. En Irún, muchas de las personas que esperan un despiste de la policía francesa para cruzar la frontera llevan de travesía durante años. Han pasado de todo y en varias ocasiones han estado a punto de quedarse en el camino. Han tenido que lidiar con mafias y con los gobiernos corruptos y racistas de toda África, y están a un paso de conseguir su objetivo. No les dan miedo las armas, los chalecos antibalas o los enormes individuos de la policía nacional que se pasean por los trenes y que circulan por los puentes en la frontera entre los dos países. Nadie ha parado a esos jóvenes hasta ahora, y nadie será capaz de pararlos cuando están a un paso de su ansiado destino.

Espero que este artículo haya conseguido reflejar algo: el desgobierno de la política de inmigración europea. O lo que es lo mismo, la falta de proactividad y la enorme pasividad en las actuaciones de los gobiernos nacionales, que reaccionan de forma precipitada a problemas que se repiten año tras año. La política de inmigración europea no puede seguir siendo una política de parches temporales y egoístas impulsados unilateralmente.

Habría otras muchas cosas que podría contar, pero todas nos llevarían a una sola conclusión: la necesidad de coordinación supranacional para un problema que desbordó hace tiempo las fronteras nacionales.

Daniel Alonso Viña
Publicado el 5 de abril de 2021 en LawyerPress/París a Juicio