(Imagen del presidente francés Emmanuel Macron tomando un café junto al primer ministro Jean Castex en una terraza de París.)
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En Nueva York, los vacunados (más del 60%) tienen permiso para quitarse las mascarillas, sin nadie que se encargue de comprobar de que los no vacunados siguen las normas. En Austria, se reabren los restaurantes y la gente ya puede ir a la ópera a disfrutar de la música y de sus actores. Los Países Bajos llevan semanas realizando “eventos de prueba” en espectáculos y eventos deportivos, mientras las cosas vuelven poco a poco a la normalidad. En el primer mundo, donde la vacunación avanza a buen ritmo y el verano se abre paso entre los parques y las terrazas, se oye un grito. El ansia de libertad se respira en el ambiente. Es una libertad poco excesiva, tímida y simplona, de volver a lo de siempre. Son ganas de recuperar los hábitos y las costumbres y los lugares perdidos tras más de un año de restricciones y angustias tan poco habituales.
En Francia, pese a un número de contagios más alto del que preferirían las autoridades sanitarias, también se afloja la cuerda. Porque mantenerla tan prieta durante más tiempo era ya casi una temeridad. El número de vacunados en Francia avanza a buen ritmo (el 30% de la población ya ha recibido la primera dosis) y se prevé tener a todos los adultos vacunados para el 31 de mayo, tras más de seis meses de agresivas restricciones de movimiento y toques de queda que han dejado a la población exhausta. En consecuencia, los museos les quitan el polvo a sus cuadros, los técnicos ponen en marcha los proyectores en el cine, y los cafés y restaurantes esperan impacientes a sus clientes. Le Monde, en un afán de periódico de reporteros que no tenemos en España, ha salido a la calle y ha contado algunas de estas historias.
Como cada uno puede gastar su dinero donde y como quiera, algunos han retomado su hábito de pasar las tardes en el Casino de la Barrière, en Lille. Irene, por ejemplo, se ha fijado un presupuesto y gasta siempre lo mismo, entre 50 y 70 euros. «Nunca más de eso», dice, «he tenido demasiados problemas para ganarlo». De las cinco hasta las nueve de la tarde, esta jubilada de 66 años intentará ganar el premio gordo. «Antes de que el casino cerrase en octubre, solía venir una o dos veces por semana, lo echaba de menos».
Otros se dedican a actividades más responsables, en las que niños y padres puedan disfrutar y aprender juntos. Stéphane Marlette, ingeniero de 37 años que trabaja a tiempo parcial, está «contento de volver a las buenas costumbres» de visitar el museo una vez a la semana con su hija Inés, de dos años. «No nos quedamos mucho tiempo cada vez, hacemos un recorrido corto de media hora, tres cuartos de hora como máximo. La idea es prestar atención a ciertos cuadros. El siglo XX es bastante accesible para los niños. A mi hija le gusta Soulages o Kandinsky. Veremos si todavía reconoce sus obras después del encierro…»
Quizás, la foto que representa con fidelidad la actitud desentendida del resto del país sea la que preside este artículo. Macron tomando un café en el aparcamiento reconvertido en terraza en París. En frente, el primer ministro Jean Castex, que el martes declaró que «Tenemos una evolución epidémica bastante favorable. La tendencia a la baja es clara». «Estamos llegando a la meta», aseguró a los franceses. El libro del Covid no está cerrado, pero está claro que ya ha pasado lo peor y estamos cerca del final. Ahora es cuestión de tiempo hasta que todo esto acabe y las vacunas inunden nuestras vidas con esa pizca de virus y felicidad.
Daniel Alonso Viña
Publicado el 24 de mayo de 2021 en LawyerPress