Arte de Anna Wanda
El caso que nos ocupa en el día de hoy trata de jóvenes estudiantes que, llenos de vitalidad, esperaban hallar la libertad en su etapa universitaria, pero que, sin embargo, se encontraron atrapados en sus diminutas habitaciones y comiendo una vez al día. Esta es la historia de muchos jóvenes en Francia.
Antes, sonaban las alarmas por la existencia de unos pocos irresponsables que se saltaban las normas y hacían fiestas sin mascarilla, manchando así la ya de por sí denostada imagen de los estudiantes franceses. Ahora, suena la alarma por el incremento en el número de suicidios y en los casos de jóvenes que han sufrido graves efectos psicológicos por el prolongado aislamiento. Así lo acreditan desde la Universidad de la Sorbona en París, donde han habilitado una línea de teléfono para estudiantes que llaman desesperados, incapaces de sobrellevar con normalidad el aislamiento, la precariedad financiera y los estudios. Por su parte, el servicio nacional de atención para este tipo de situaciones, llamado Nightline, reporta asimismo un aumento preocupante de los casos.
Además del profundo efecto que el aislamiento y el estrés tienen en la salud mental de muchos estudiantes, se añade a ello el aumento de la pobreza y la consecuente falta de recursos económicos. El caso típico es el del joven que ha venido a estudiar a París y que, gracias a un trabajo a tiempo parcial y la ayuda de sus padres, podía costearse la vida en la ciudad. Sin embargo, desde que llegó el confinamiento y la crisis económica, el trabajo para estos jóvenes escasea y sus padres no pueden seguir ayudando, porque ellos se encuentran así mismo en una situación precaria. En estos casos, el joven intenta volver a casa, pero si el contrato todavía lo ata al piso o la residencia, debe quedarse e intenta pagar el alquiler con las ayudas del Estado. Estas aportaciones no suelen ser suficientes y la consecuencia más visible de este drama es que muchos de ellos terminan comiendo una o dos veces al día.
La start-up Stundent Pop, que antes se encargaba de conectar empresas con estudiantes buscando un pequeño trabajo para complementar la ayuda familiar, ahora se dedica a repartir comida a estos jóvenes que se han quedado sin ese dinero extra. Lo cuentan en un reportaje realizado por el periódico Le Monde. “La primavera pasada, la pandemia puso fin a la mayoría de las misiones (pequeños trabajos) que ofrecíamos: en eventos, catering y distribución de folletos” dice Ouriel Darmon, cofundador de la empresa. Al mismo tiempo, les llegó una cantidad sustantiva de testimonios de jóvenes en situación de vulnerabilidad por la falta de oportunidades. “Así que decidimos lanzar esta iniciativa”, dice con decisión.
Son cajas de unos 5 kilos, en las que se encuentra lo esencial: pasta, sémola, atún, salsas; pero también lo que ellos llaman placeres “culpables”: bebidas energéticas, barritas de chocolate, patatas fritas; además de productos de higiene y belleza como blanqueamiento dental y pasta de dientes. “Es como un paquete para bromear, para liberar la tensión”, dice Laure Guéguen, directora de producto de Student Pop. “Esos pequeños detalles también están ahí para levantar la moral de los jóvenes”, que a menudo llegan a estos lugares en su punto más bajo, ya que nunca se hubieran imaginado tener que acudir a este tipo de servicios de ayuda alimentaria.
Con sus paquetes y sus placeres “culpables” intentan aportar un toque de humor, pero lo cierto es que esta es sólo una de las muchas organizaciones que ha empezado a advertir el aumento de jóvenes estudiantes en las filas para recibir comida.
Ayer, mientras comentaba a mi padre la situación, me dijo una frase que se me quedó grabada. En una de sus intervenciones más puntiagudas de este año y con una sonrisa angustiada entre los labios, me dijo: “Fíjate que triste, los pobres chavales, pensaban estar a punto de entrar directos a la clase media y, sin embargo, se encuentran de camino al banco de alimentos, a por comida para la próxima semana”. Esta frase rebela el verdadero contraste de la situación. Esa es la magnitud del choque que se ha producido entre sus aspiraciones y una realidad que ha conseguido aplastarles por completo.
El 20 de enero, hartos y cansados de una situación que se prolonga indefinidamente, se reunieron para manifestarse por todo el país. Salieron a la calle con pancartas de «políticos incompetentes, agonía de estudiantes», «todo el mundo odia las clases online» y «no seremos la generación sacrificada». La realidad es que no pueden más y quieren volver a clase, quieren recuperar una mínima normalidad, como la que tiene el resto de la sociedad.
El presidente Emmanuel Macron dio una charla al día siguiente, en la que ofreció tres medidas para solventar la situación hasta que disminuyan los contagios, que todavía son muy altos en Francia. La primera medida por parte del ejecutivo permite acudir a clases con el 20% de capacidad, de forma que cada alumno pueda ir al menos un día a la semana a clase. La segunda medida, vista la crisis alimentaria juvenil, consiste en poner a disposición de los estudiantes dos comidas al día por un euro en las cantinas de la universidad. La tercera medida consiste en poner a disponibilidad del alumnado el acceso público a un psicólogo, no sólo con llamadas anónimas a una línea de teléfono, sino con acceso real y directo a un psicólogo que se pone a la disposición de los alumnos más perjudicados.
Los estudiantes y las universidades creen insuficientes estas medidas. Desde la universidad alegan que ir un día a la semana por alumno crearía una situación demasiado compleja. De momento, ninguna universidad ha ofrecido esta posibilidad habilitada por el presidente, por las dificultades que conllevaría coordinar todo ese aparato. Además, los jóvenes necesitan mucho más que eso para recuperar la estabilidad, pero me temo que de momento no lo van a conseguir.
La minoría que hace fiestas y se lo pasa genial oculta una mayoría estresada, sola y al borde de la desesperación. La situación es más preocupante cuanto más se investiga, así que prefiero dejarlo aquí, porque tanta inocencia perdida me da pena y rabia.
Supongo que se recuperarán. Es más, quiero pensar que todos nos recuperaremos. El ser humano es fuerte y encuentra la esperanza y la fuerza en los recovecos más recónditos de la existencia. A menudo me pregunto cómo y de qué forma se trasladará al futuro está cicatriz colectiva que llevaremos todos como pintada con tinta permanente en el rostro. Dicen que el tiempo lo cura todo, y confío en que el tiempo acabe dando a estos estudiantes la juventud que se merecen.
Daniel Alonso Viña
Publicado en París a Juicio/LawyerPress el 15 febrero 2021.