(Obra de Alberto Giacometi)
«Leed», dice Bruno Le Maire, «no sabéis el placer que podéis llegar a obtener de la lectura». El ministro de finanzas del gobierno comienza así su discurso hacia los jóvenes. Escritor y amante empedernido de la literatura, el ministro sufre al ver a las nuevas generaciones obsesionadas con las pantallas y las redes sociales. Empezando por su propio hijo, con el que tiene que «batallar» en casa para que se aleje del mundo digital y disfrute por unos instantes de la lectura.
Me encanta leer, pero siempre me he sentido incapaz de transmitir esa sensación a la gente que está a mi alrededor. Su discurso discreto y humilde me ha inspirado y quiero utilizar este espacio para hacer mi propia oda a la lectura. Empecemos, sin embargo, admitiendo la cruda realidad.
Al principio, leer es difícil. Sobre todo aquellos textos que realmente merecen la pena. La atención del nuevo ser humano digital es corta, y las distracciones son tantas que la perspectiva de coger un libro y sumergirse en él durante más de treinta minutos seguidos se ha vuelto una auténtica quimera. Nuestra mente está deteriorada por el estrés y la adicción a las redes sociales, por lo que enfrentarse a un libro puede ser una misión inmensa y tediosa. Esa es la realidad.
Dejar pasar las horas viendo documentales y series en Netflix tampoco ayuda. Ni siquiera las que son supuestamente de culto, o las que reflejan una realidad social difícil o llaman la atención sobre hechos injustos. Todas estas son actividades, al fin y al cabo, pasivas, que no requieren ningún esfuerzo del pensamiento, aunque le permitan a uno sentir que es un ciudadano responsable y comprometido. Además, la recompensa de todos estos esfuerzos es francamente pobre. El efecto que la película más triste pueda tener sobre uno no se puede comparar con la relación de amistad y cercanía, de sufrimiento y catarsis que uno puede llegar a tener gracias a la conexión establecida con el protagonista de un libro al que le suceden todo tipo de horrores y dificultades. Esta es otra realidad.
Por eso, cuando abrimos un libro tras un periodo largo sin leer, cuesta. Al principio, la mente sale del estado pasivo al que la tenemos acostumbrada, y necesita tiempo. Necesita unas cuantas páginas para adaptarse al esfuerzo, que no es otro que el de imaginar y crear en la mente un mundo y unos personajes que sólo están esbozados en el papel. Aquí la mente hace la mayor parte del trabajo, no los actores y los diseñadores gráficos. Tras ese primer capítulo tras el que acabamos algo cansados, la imaginación corre libre y la historia se desarrolla con mucha más facilidad.
Las aventuras que se cuentan en los libros sirven al lector para una cosa muy sencilla: aprender a vivir. Ponerse en la piel de otra persona nos permite comprobar cómo le afectan las desgracias y cómo reacciona ante los golpes. La literatura nos enfrenta a nuestros miedos y nos enseña a superarlos a través de las decisiones que toman los personajes y los errores que cometen. Como dice Le Maire: «la literatura es un arma de libertad», es decir, nos permite desarrollarnos como individuos en esta sociedad de grupos y mentes que siguen el pensamiento de rebaño como ovejas dirigidas por un perro pastor bien entrenado.
Es envidiable que el gobierno francés todavía pueda hallar entre sus ministros a personas de este tipo. No estoy a favor ni en contra de su gobierno, pero sí estoy a favor de que en los gobiernos de toda Europa se contagie este virus de la lectura y la cultura. Seres honestos, de mente abierta, capaces de apreciar la belleza y comprender la fealdad del mundo en el que vivimos. Hombres y mujeres que actúan con valentía, con razonamiento certero y con capacidad de comunicar al resto sus ideas. Esa es la Europa que se merecen los europeos, no la polarización y la demagogia ante la que sucumben poco a poco nuestros estados.
Por desgracia, en España no sólo tenemos una falta crónica de este tipo de carácter en el actual gobierno, sino que tampoco se puede hallar nada parecido en todo el arco parlamentario. Si el parlamento ha de ser el reflejo de la sociedad española, entonces me temo que un examen general del nuestro dice cosas poco alentadoras de nuestro país. Mientras espero a que la cosa mejore un poco, permítanme ponerme a soñar. Quiero decir, a leer.
Daniel Alonso Viña
Publicado el 15 de marzo de 2021 en LawyerPress/París a Juicio