Por Daniel Alonso Viña
Ósea que este es el hombre más rico del mundo, me digo mientras veo un resumen del día en que Jeff Bezos y sus nuevos amigos volaron al espacio. La nave en la que hicieron el viaje se llamaba New Shepard y la cápsula superior tenía capacidad para cuatro personas, que irían cómodamente sentadas alrededor de una mesa redonda. Es importante conocer este tipo de eventos “históricos” en profundidad, aunque cada vez haya más y a veces sea un poco difícil seguirlos con atención.
Jeff Bezos no suele hacer muchas apariciones en público. Es un personaje discreto, no le gusta aparecer en televisión, no participa en Twitter como su amigo Elon Musk ni tiene un canal de YouTube en el que recomiende libros para el verano como Bill Gates. Se habla mucho de él, pero lo cierto es que hace todo lo posible por mantener un perfil bajo ante la prensa.
Sin embargo, con motivo del lanzamiento de su primera nave tripulada al espacio, se dejó llevar. Era un sueño cumplido, y quería que todo el mundo lo viera. Por eso resultaba tan interesante este evento, porque era la oportunidad de descubrir un poco más el carácter y la forma de ser de un personaje supuestamente extraordinario, creador de una de las empresas más poderosas de la historia, Amazon.
No quiero desanimar a nadie, pero resulta que Jeff Bezos es un tipo bastante raro. Aunque supongo que es un prerrequisito si quieres llegar tan alto como él. De todas formas, sus compañeros de vuelo, quizás por los nervios y la emoción del momento, no ayudaban demasiado: eran igual de extravagantes que él.
Para realizar el viaje de menos de quince minutos al espacio, les han confeccionado una serie de trajes espaciales, de una sola pieza, azules y con bandas negras en las piernas, con los que se pasean como si fueran auténticos astronautas a punto de embarcarse en una misión crucial para el futuro de la humanidad. A este atuendo hay que añadirle un sombrero de vaquero muy grande y unas gafas negras de motero. Esta extraña combinación da a Jeff Bezos una apariencia distante y neutral que desaparece cuando empieza a hablar y no puede contener la emoción. Detrás de las gafas y el sombrero hay un niño emocionado que lleva soñando con hacer este viaje toda su vida. La entrevistadora le pregunta “¿Are you excited?” y él estalla agitando los brazos y diciendo con su voz grave y profunda: “¡¡Hell yeah I’m excited!!”.
Para compensar este exceso de energía está su hermano pequeño Mark. También está calvo y lleva sombrero de vaquero, habla poco y aunque está contento, no lo demuestra de la misma forma. Dedica su vida a tareas humanitarias: es bombero voluntario para el servicio de emergencias de la ciudad de Nueva York y además colabora con Robin Hood, una organización de la misma ciudad que ayuda a personas con pocos recursos.
Willy Fonk es una entusiasta, una vividora, una científica, y muchas cosas más. Cuando me enteré de que tenía 82 años no podía creérmelo. Al hablar, las palabras salían de su boca como un torrente de emoción contenida; se podían palpar en el aire sus ganas de contar su historia y justificar su sitio en esa nave tan especial. A parte de eso, su dinamismo a la hora de moverse y su energía a la hora de ocupar el espacio (literalmente) hicieron brillar la expedición. Y es que esta mujer había intentado salir del planeta Tierra desde que era una niña. Cuando empezaron a aceptar mujeres en la NASA en los años setenta, Funk intentó entrar hasta en tres ocasiones, pero fue rechazada pese a su impresionante currículum por no tener ningún grado de ingeniería ni tener experiencia como piloto. Muchos años después, ha hecho historia: es la persona más mayor en viajar al espacio.
La última adición al equipo fue Oliver Daemon. Tiene una sonrisa muy grande y siempre está sonriendo. Cuando le pregunta cosas, habla con propiedad y se le nota que tiene confianza en sí mismo. Durante el vuelo le dijo a Jeff que “nunca había pedido nada en Amazon”. Jeff Bezos contestó “hacía mucho tiempo que nadie me decía eso”. Vino a ocupar el lugar de un tripulante anónimo que pagó 28 millones de dólares por viajar en la cápsula pero que finalmente tuvo que cancelar la cita. El padre de Oliver Daemon fue uno de los que participó en la puja para conseguir el billete; pese a no poder hacerse con uno, anotaron su nombre en la lista para el segundo vuelo, y cuando surgió la inconveniencia del pasajero anónimo decidieron llamarle a él. Tras recibir la noticia, el padre decidió regalar el viaje a su hijo y que así fuera la persona más joven en convertirse en astronauta (aparentemente, todo aquel que vuela por encima de los cincuenta kilómetros de altitud es considerado, según la NASA, un astronauta).
Este grupo entrenó durante dos días en los que se realizaron reuniones informativas para conocer la cápsula en la que irían al espacio y los sistemas de emergencia. En realidad, no hay mucho que hacer ahí arriba, pues la nave funciona por control remoto y permite que los pasajeros astronautas sólo tengan que ocuparse de disfrutar del viaje, admirar las vistas y dejarse embargar por la sensación de que “somos un punto diminuto en medio de la nada”.
Así, el extraño cuarteto viajó al espacio y flotó en gravedad cero. Allí arriba no tenían mucho que hacer, pero (gran idea) se habían llevado unos caramelos Skittles y unas pelotas de ping pong para jugar con ellas. El compartimento no era demasiado grande, así que no podían hacer grandes desplazamientos; habían de conformarse con dar volteretas sobre su sitio y jugar a pasarse la pelota de ping pong. Luego Jeff Bezos estuvo lanzando Skittles al pequeño Daemon, que tenía que cogerlos con la boca mientras flotaba boca abajo; después fue Daemon el que lanzaba y Jeff el que tenía que atrapar los caramelos de colores. La señora Funk decía de repente “Oh ¡Fantástico!” y “¡Me encanta!¡Me encanta!” mientras intentaba no chocar con los demás. Por la ventanilla se podía ver la curvatura de la Tierra azul rodeada de estrellas y una oscuridad infinita.
Al bajar de nuevo a tierra firme, había un grupo de gente lista para recibirles. Jeff Bezos se había puesto otra vez su sombrero y todos se abrazaban y se daban palmadas en la espalda. El sombrero de Jeff es muy grande, parece tener una textura suave como de piel y tiene una banda de cuero más oscuro en la que hay incrustados una especie de botones de metal con forma de concha. Las cámaras les seguían a todas partes y un tipo entrevistaba a los recién llegados. Ya de vuelta en la tierra, en una entrevista con CBS News sobre el viaje, Jeff Bezos comparte un momento emocional que tuvieron cuando estaban todavía en la cápsula e incluso llega a decir: “De hecho, se me saltaron las lágrimas”.
Daniel Alonso Viña
30.7.2021