Por Daniel Alonso Viña
Con la llegada de los servicios de alquiler de bicis a la ciudad de París, cada vez menos gente se molesta en comprar su propia bicicleta para desplazarse; esto ha provocado el cierre de muchos talleres independientes de reparación. Este es sólo un ejemplo más de la despersonalización que acusa el mercado laboral. Trabajadores desligados de su comunidad convertidos en poco más que máquinas sintiéndose insignificantes en grandes empresas que lo coordinan todo a través de una aplicación de móvil cuya sede está fuera del país.
Con la llegada de los servicios de alquiler de bicis, patinetes y motos a la ciudad de París, cada vez menos gente se molesta en comprar su propio vehículo para desplazarse. La mayoría de parisinos piensan que es la mejor opción y la más simple, ya que con el alquiler desaparecen las responsabilidades que conlleva tener un vehículo propio, al que hay que proteger de robos y guardar en el propio apartamento, que en muchos casos es tan pequeño que el único sitio donde podría guardarse una bicicleta sería en el techo.
Debido a esto, muchas tiendas de reparación de bicicletas tienen que cerrar y sus trabajadores acaban siendo contratados por las grandes empresas de alquiler. Al principio, van contentos a su nuevo trabajo, convencidos de que están haciendo lo que les gusta; siempre han encontrado mucho significado en esa tarea tan aparentemente anodina de reparar cosas estropeadas y darles una nueva oportunidad. Ahora que han tenido que cerrar la tienda, al menos pueden seguir reparando bicis y ayudando a la gente, es decir, lo que siempre les ha gustado hacer.
Sin embargo, pronto se dan cuenta de que su nuevo trabajo no es lo mismo. Por lo que sea, reparar bicis anónimas no es lo mismo que atender a un cliente en apuros al que conocen desde hace tiempo. De repente, la calidad de su trabajo se mide únicamente por la velocidad con la que repara bicicletas, y mientras, todas sus demás capacidades — trato con el cliente, toma de decisiones difíciles, iniciativa empresarial, trato con proveedores — ya no sirven para nada; si acaso, sirven para meterle en problemas por tratar de hacer las cosas de forma diferente. Sin darse mucha cuenta, esta persona se ha convertido en la pieza de un enorme engranaje, ha perdido por completo el contacto con la gente que tanto gusto le daba ayudar, y lo que antes era un beneficio obtenido con orgullo, ahora es un salario fijo que no significa nada para él. Ha pasado de vivir en una comunidad concreta, rodeado de gente que le necesita, a sobrevivir arreglando bicis por toda la ciudad sin entrar nunca en contacto con el resultado de su trabajo.
Esto, me temo, está sucediendo con muchos otros trabajos. Por ejemplo, pasa con el carnicero que cierra su tienda y empieza a trabajar en la carnicería de un supermercado. Antes, tenía clientes habituales que confiaban en él y en la calidad de su producto, porque sabían lo mucho que él se preocupaba por seleccionar carne de calidad y de venderla al mejor precio posible. Ahora, su único trabajo es la venta, y ya no tiene poder para tomar decisiones sobre la procedencia del producto que vende. Lo único que puede hacer es decir a sus antiguos clientes que no vengan a comprar carne al supermercado en el que está, porque la calidad es muy inferior comparado con lo que vendía él antes.
La empresa Amazon está teniendo este mismo efecto. A nivel económico es una maravilla, una empresa hiper eficiente que, aunque se está cargando puestos de trabajo en todas partes, es capaz de acoger en su seno a esta masa desempleada y darle un puesto de trabajo en su cadena de producción.
Otro gran ejemplo de este nuevo modelo creciente es Ikea: ha mandado a la quiebra a las tiendas pequeñas de construcción de muebles; al mismo tiempo, gracias a su fabricación eficiente y sus bajos precios, ha sido capaz de dar trabajo a muchas personas, aunque ahora trabajen en puestos diminutos y completamente desligados de su comunidad.
Las fábricas de Renault y otras marcas de coche, en algunas ciudades de España, tiene el mismo efecto. Si la empresa de fabricación de coches se fuera de la ciudad, esta se hundiría en la ruina lenta e inexorablemente. Jóvenes y viejos de toda la ciudad trabajan allí durante unos meses, años si es que consiguen aguantar las condiciones de trabajo. Sin embargo, por mucho que la empresa sea esencial para la economía local, el trabajo que proporciona está completamente desligado de cualquier sentimiento de satisfacción y orgullo para el trabajador. Allí, todo lo que no pueden hacer las máquinas lo hacen los humanos de forma automática, repetitiva y vigilada, hasta que acaban la jornada y vuelven a casa despersonalizados y exhaustos.
El efecto acumulado de esta transformación del trabajo es preocupante, y a la fuerza ha de tener consecuencias para el futuro. Existen muchos estudios que hablan del meaningless work (trabajo sin sentido), sobre todo después de la pandemia y los confinamientos, pero pocos se detienen a estudiar las razones que hacen a un trabajo tener sentido para el que lo realiza. Un trabajo con sentido es uno en el que el trabajador percibe que lo que hace es importante. No tiene por qué ser importante para el mundo entero; la mayoría de la gente no aspira a resolver los problemas globales que nos acechan. Normalmente, para llegar a tener la percepción de que el trabajo realizado es importante, sólo hace falta que ese trabajo impacte de manera positiva a la gente de su entorno.
Sin embargo, me temo que eso no incluye repartir paquetes a personas desconocidas, ni reparar bicis para millones de parisinos, ni vender carne que uno mismo no compraría; somos seres humanos, animales sociales, y para que nuestro trabajo nos parezca importante necesitamos ver cómo afecta a la gente que nos rodea; por eso el de la tienda de bicis se siente a gusto cuando un viejo cliente sale satisfecho de su tienda, por eso el carnicero siente satisfacción al hacer bien su trabajo y entablar relación con sus clientes y ver que estos confían en él. La tarea en sí es lo menos importante, lo hacemos sólo para sobrevivir, como parte del sistema de colaboración que hemos creado a través del comercio; lo que realmente tiene importancia son las relaciones personales que desarrollamos durante nuestras ocho o diez horas de dedicación diaria a esa tarea.
A medida que los trabajos se despersonalizan, a medida que el ser humano es reducido cada vez más al estatus de robot cuando entra a trabajar, percibe su aportación de forma cada vez más insignificante. Esto evoluciona así hasta que el trabajo termina siendo únicamente un medio para sobrevivir, obtener un salario y poder comer y dar una educación a los hijos.
Cada vez son más personas las que tienen este perfil. El sector público es archiconocido por albergar a muchas de estas almas en pena que viven para el ocio, pero el sector privado se acerca a pasos agigantados a esta forma de entender el empleo. Trabajadores que son tan diminutos en una organización tan grande que su labor es a la fuerza poco importante, lo que en consecuencia les hace sentir poco importantes a ellos mismos. Por muchas tácticas que se implanten a través de las oficinas de recursos humanos para que el trabajador se sienta parte de la “gran familia” que intenta ser la empresa, estos recursos no constituirán nada más que tapaderas que confunden al trabajador y le impiden enfrentarse directamente a la realidad de la tarea que realiza.
El mundo del futuro tiende cada vez más hacia el ocio, como única solución a la creciente desmotivación laboral. Menos horas de trabajo robotizado, más horas de ocio para intentar llenar ese vacío existencial y distraer a la mente todo lo posible para que no haga las preguntas esenciales de ¿cuál es mi misión en este mundo?, ¿por qué estoy aquí?, o mi favorita ¿por qué no soy feliz si tengo todo lo que necesito? Este tipo de cuestiones no se cubren en los estudios sobre el tema.
Se habla del impacto de la transformación digital y de un futuro en el que los jóvenes “no tendremos nada” en propiedad porque todo será alquilado, y viviremos nuestras vidas sumergidos en una red hiper eficiente de servicios descentralizados en los que no será necesario interactuar con ningún trabajador porque estos serán como ángeles de la guarda silenciosos (es decir, como lacayos mudos) que se encargan de que todo esté listo para cuando nosotros queramos utilizar sus servicios. La bici estará lista, la carne y la fruta estarán bien colocadas en nuestra nevera, la nueva serie de Netflix estará lista para ser reproducida y las palomitas calientes empezarán a saltar automáticamente en el microondas, sin que tengamos necesidad de entablar relación con ninguna de las personas que han realizado esta tarea. ¡Qué ganas de que llegue el futuro!
11.8.21