By Daniel Alonso Viña
Este año el G7 ha acomodado a sus participantes en una de las playas más largas y uniformes de toda la costa de Inglaterra. Allí, la arena fina se impone sobre la tierra hasta convertirse en unas dunas donde se esconden casas que son remansos de paz y tranquilidad. Es la Bahía de Carbis, un espacio de recreo para gente adinerada situado en el condado de Cornualles, al suroeste de Inglaterra. No llueve, pero el cielo está encapotado y hace viento. Es 12 de junio, pero el verano siempre se presenta temeroso en esas zonas tan altas del hemisferio norte.
Son las siete de la mañana cuando suena el despertador y un cuerpo redondo, alto y rubio se levanta de la cama y sale a correr. Sus pies van dejando el rastro de un hombre pesado que corre con calma y sin cansarse demasiado. Lleva los hombros encogidos y los brazos como atados al cuerpo, pero no le importa. Se le puede ver haciendo su caminito de huellas en el espacio concreto de arena dura entre la arena blanda y seca llena de montículos y la arena blanda y rebosante de agua que todo lo aplana.
No sabemos durante cuánto tiempo está corriendo, pero sabemos que para. No está cansado, pero se muestra satisfecho y mira hacia el Atlántico con aire reflexivo. Entonces se quita las deportivas y mete los calcetines dentro. Luego se quita la camiseta, la deja caer y sin pensarlo ni un segundo, empieza a correr hacia el agua, como un niño grande y voluminoso. Tras un rato braceando con la cabeza fuera del agua porque no lleva gafas de bucear, vuelve a la arena. Su mujer se acerca, le trae una toalla y un abrazo que empapa un vestido verde y largo que se balancea con el viento. Después se van a casa. Ya es tarde y a Boris Johnson le espera otro día intenso de fotografías, choques de codo y reuniones sobre el aburrido mundo después de la pandemia. No sabemos si él es consciente, pero una cámara lo ha grabado todo desde la distancia. A él no parece importarle demasiado, mientras que a mí me fascina.
También podría hablar del G7, porque no carece de interés. Podría hablar del plan de infraestructuras impulsado por Biden en el G7 para contrarrestar el poder de construcción en países en desarrollo de la Belt and Road Initiative de China. Podría hablar de la vaguedad del comunicado emitido conjuntamente al finalizar la reunión, reflejo de siete países que tienen los mismos objetivos de emisiones de gases de efecto invernadero, pero maneras diferentes de alcanzarlos (y en el fondo, maneras diferentes de evitarlos). Podría comentar lo de las miles de millones de vacunas que se han comprometido a donar a través del mecanismo COVAX ahora que ellos ya no las necesitan. Podría hablar de la gente que insiste en la irrelevancia de una reunión en la que países que aspiran a seguir marcando el paso del mundo sólo representan al 10% de la población y el 40% del PIB mundial.
Pero, en realidad, no puedo hablar de eso, porque no paro de pensar en la importancia del protocolo. Sin las fotos, los choques constantes de puños y codos, los discursos emitidos desde presuntuosos escenarios desmontables y las banderas de cada país siempre de fondo; sin toda esa suerte de parafernalia semi devota, no habría G7. Estaríamos ante un popurrí de gente que se ha visto en alguna que otra ocasión pero que nunca ha sido capaz de entablar una conversación fluida debido a la diferencia de edad, el idioma, la nacionalidad o simplemente la falta de interés.
Y luego va Boris Johnson y se pone a correr por la playa y se baña en el mar, así, como si no pasara nada, como si no fuera el presidente del país que ha protagonizado el escándalo del siglo en Europa. ¡El protocolo, Boris! debería decirle alguien, ¿acaso no te das cuenta de que nos estás arruinando la estampa con tus kilos de más? Hemos venido aquí a hacernos fotos arropados por banderas recién planchadas, saludar y dar discursos, todo esto con el único objetivo de parecer importantes, y vienes tú y te das un chapuzón. ¡No puede ser! por tu culpa corremos el riesgo de que la gente piense que no somos más que ellos. ¡Eso sería horrible! no lo permitiremos, así que haz el favor de salir del agua, ponerte la dichosa camiseta y entrar para dentro, que esta tarde tenemos que divagar largo y tendido sobre cómo vamos a revitalizar la democracia en el mundo para luchar contra los regímenes totalitarios que extienden su influencia y sus métodos a lo largo y ancho de nuestro planeta. Y tiene que parecer que buscamos soluciones de verdad.
Publicado en París a juicio/LawyerPress
21 julio 2021